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Chile, el paraíso de la viticultura

Chile, el país más alargado y estrecho del mundo, está considerado por muchos expertos como el país del viñedo ideal, siendo uno de los únicos lugares donde la filoxera no arrasó los viñedos, gracias precisamente a su aislamiento geográfico natural, lo cual ha permitido que aún existan muchas viñas viejas y de pie franco.

De esta forma Pablo Orio, doctor en viticultura, enólogo de Bodegas Muga y estudiante Masters Of Wine, nos introdujo en el monográfico que sobre este país impartió en nuestra escuela. Durante la sesión, destacó que aunque Chile tiene una extensión norte sur de 4.300 km, la zona de viñedo “sólo” se extiende por unos 1.000 kilómetros de longitud, delimitados entre el desierto de Atacama al norte, la cordillera de los Andes al este, el océano Pacífico al oeste y los glaciares de la Patagonia al sur. También habló de la gran diversidad de suelos y microclimas (aunque en general el clima es seco) con algo más de lluvia en invierno y temperaturas cálidas, estando influenciado por las brisas del mar y de las montañas que refrescan las regiones de cultivo.

El enólogo, como riojano que es, mencionó que este país de una cierta manera le recuerda a La Rioja, dado que Chile tuvo “una fase francesa en su viticultura” cuando enólogos franceses llegaron al país a partir de 1851, al igual que ocurrio en la Rioja a finales del siglo XIX con la llegada de enólogos de Burdeos, en ambos casos aportaron su saber en la elaboración y crianza de los vinos. Esa influencia francesa se puede “beber” hoy en Chile a través de sus variedades más plantadas como la Cabernet Sauvignon, Merlot, Carmenere -que se ha convertido en la variedad insignia de Chile-, Syrah, Cariñena, Pinot Noir, Sauvignon Blanc y Chardonnay.  

Antes de dirigir la cata de 8 buenos ejemplos de los vinos que el país es capaz de elaborar, Pablo compartió otra de idea sobre los cambios que en los últimos años está viviendo el sector vinícola chileno. A menudo se ha relacionado este país, con la producción de vino muy comercial y económico, con grandes bodegas como Concha y Toro o Santa Rita, pero desde hace un tiempo están surgiendo pequeños proyectos y elaboradores que buscan recuperar variedades y hacer vinos más mimados, de menos producción y de calidad interesante.

La presentación y cata de los vinos la comenzó con un Sauvignon Blanc clásico, Trisquel Sauvignon Blanc 2019, de Viña Arresti. Pablo nos lo presentó como “un vino de examen” porque representa muy bien esta variedad. Un vino de zona fresca, afrutado y expresivo, con lichi, mango. Sin madera en su elaboración, respetando los aromas y muy vivo gracias a su acidez y frescor. Continuó con otro blanco, el Duette Indómita 2019, del Valle de Casablanca en el norte. Fermentado en roble y crianza de 10 meses en barricas. Menos aromático que el anterior, pero que ensambla muy bien el perfil cítrico y la acidez con la madera, haciendo al vino estructurado, con cuerpo y largo, “puro Chardonnay al estilo de Borgoña”.

Se inaguró en los tintos con un Pinot Noir de la misma zona, Herú 2018, de Viña Ventisquero. Procedente de viñas plantadas en suelos de arcilla roja sobre granito y elaborado con una maceración en frío y crianza posterior en barricas nuevas y usadas. Notas de fresas y cerezas, con un tanino suave y acidez que le da buena estructura,”un capricho”. Le siguió un monovarietal de Cariñena, elaborado con Fernando Almeda, enólogo del Valle de Maule, el Millavoro 2018. Vino de capa ligera y color rojo vivo muy bonito. Fruta roja golosa, con tanino marcado por la elaboración con raspón y final con cierto amargor. Un vino original elaborado en varios recipientes: tinajas, foudre y huevos de hormigón, “creativo y un poco salvaje”.

Posteriormente cató un monovarietal, el Trisquel Merlot 2018, hermano del primer blanco. Un vino de terroir singular, pues proviene de un viñedo de 4 hectáreas, a 1.245 metros de altitud y suelo volcánico, donde nieva en invierno y en verano, sin riego, domina la radiación solar que facilita la maduración de la fruta. Fresas y ciruelas rojas, toque de piracinas y carne que recuerda a Burdeos. Tanino muy redondo y largo en boda, “Merlot de pies a cabeza”. El sexto vino, Queulat Single Vinyard Gran Reserva 2018, fue un monovarietal de la variedad reina chilena, la Carmenere, también de origen francés y ampliamente cultivada en el Valle de Maipo. La vendimia de este vino se realiza mano y es criado en barricas francesas y americanas. Fruta negra y clavo, pimienta, eucalipto, notas a Juanola y curry. Ideal para maridarlo con una comida especiada como un Chicken Tikka Masala. En boca intenso y largo, gracias a su acidez y buen tanino, “uno de los favoritos de la cata”.

La última tanda estuvo compuesta por un Syrah de Colchagua, Pangea 2016, cuyo viñedo está ubicado en el Area de Apalta. Vino jugoso, con 22 meses de crianza. Muestra pimienta y fruta negra, aromático en nariz, muy elegante y complejo en boca, con buena integración de la madera, “clara inspiración en el norte más fresco del Ródano”. Y para culminar, Pablo presentó un coupage de estilo Burdeos, Alba Domus 2015, vino con crianza de unos 24 meses en barricas de roble francés y otros 18 meses de guarda en botella. Mucho color, aromático y concentrado. Eucalipto, fruta negra, pimiento verde maduro y especias como clavo, cedro, vainilla y tostados. Muy redondo y limpio, “un vino muy bien hecho, que recuerda a los mejores clásicos”.

Gracias Pablo por tu generosidad, cercanía, frescura y por tu aportar tu conocimiento sobre los vinos chilenos!

By Artean Wines 

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