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Los vinos blancos de Rioja, una realidad en el mercado

La producción de vino blanco en Rioja, una región históricamente reconocida por sus vinos tintos, está creciendo desde hace años. Tanto el cultivo de variedades singulares como la diversidad de estilos de elaboración de vinos blancos están ganando espacio en el mercado nacional e internacional y seduciendo a más consumidores.

El vino blanco producido tradicionalmente en Rioja es el estilo de vino joven y de “año”, orientado al consumo temprano y con un volumen de producción alto. Este estilo ha convivido con algunos escasos ejemplos de vinos de reserva en algunas bodegas muy concretas. En la actualidad, se están diversificando las elaboraciones con la incorporación de fermentaciones en barrica, trabajo con lías y/o crianza en roble, buscando estilos más gastronómicos y/o de guarda. A esto hay que añadir la elaboración de vinos monovarietales, en general con variedades minoritarias.

Estos nuevos vinos están generando interés en los consumidores y muestran el esfuerzo de las bodegas y del sector en general por potenciar el valor de los vinos blancos dentro de un portafolio amplio de vinos de calidad. Una muestra de ello es que las exportaciones de vino blanco de la DOCa Rioja crecieron por encima del 11% el año 2020.

En la actualidad hay casi 6.000 hectáreas productivas de variedades blancas, lo que supone un 9% de toda la superficie de cultivo en la región. Hace 10 años eran sólo 3.850 ha, el 6.6% del total. Las variedades admitidas son: Viura (que supone el 70% aproximadamente de todas las uvas blancas), Malvasía, Garnacha Blanca, Tempranillo Blanco, Maturana Blanca, Verdejo, Turruntés, Chardonnay y Sauvignon Blanc.

Los últimos datos del Observatorio Español del Mercado del Vino muestran que en España el volumen de vino blanco consumido está en ascenso. En la misma línea el valor medio pagado por un litro de vino blanco en el 2010 era de 1.62 €/litro y de 2,04€/litro en el 2018, lo que implica que se está dispuesto a pagar más por vino de mejor calidad.

En relación al consumo y la comercialización de vinos blancos de Rioja, también hay un crecimiento claro y constante: en el 2020 se comercializaron 231.300 hectolitros de vino blanco (un 27% para exportación), frente a los casi 170.000 en el 2015 o los 143.200 en el 2001.

Nos encontramos seguramente frente a una buena oportunidad para el crecimiento y consolidación de estos vinos en el mercado. Sin embargo, hay algunos aspectos que sería interesante tener en cuenta.

Por una parte, las plantaciones de variedades blancas en la región son escasas y en muchos casos los viñedos están dispersos en parcelas pequeñas y mezcladas con variedades tintas. Muchas plantaciones son relativamente jóvenes y requieren aún de tiempo para producir uvas con toda su capacidad fenólica y completa madurez. A esto hay que añadir el hecho de que las elaboraciones de mayor calidad requieren un menor rendimiento en kilos de uva por cada hectárea cultivada.

Por otro lado hay que ser realistas en relación a la competencia que en precio, distribución y posicionamiento, existe con otras regiones con más trayectoria de producción de vinos blancos, como es el caso de la Denominación Rueda. A la par, los nuevos estilos de elaboración de mayor complejidad (paso por barricas, lías…) también deben competir con la fuerza de otras regiones que cuentan con una buena reputación en la elaboración de estos estilos de vino, como es el caso de Galicia o Txakoli.

Sin embargo, Rioja cuenta también con algunos “ases” con los que jugar, como es el uso de sus variedades. La Tempranillo Blanco (mutación de la tinta) es un activo muy valioso al ser una uva exclusiva de la región que no se produce -comercialmente- en ninguna otra región del mundo, permite elaborar un vino único y además cuenta con la ventaja comunicativa de su nombre que, para el consumidor nacional e internacional, está asociado a Rioja de manera muy consistente. Maturana Blanca y Garnacha Blanca también son enológicamente muy atractivas y con un potencial de elaboración de vinos de gran calidad gracias a su acidez natural, aromas y estructura. Las demás, en monovarietales o mezclas, también aportan interés y contribuyen a ampliar la gama de vinos que Rioja ya está ofreciendo al mundo.

La confianza en el potencial de los blancos de Rioja por parte del propio sector productivo es fundamental. El esfuerzo que desde hace años se está haciendo en invertir tanto en mejoras y conocimiento técnico para la elaboración, como en imagen y marca de los mismos, va dando sus frutos, como bien reflejan los datos.

Considerando todos estos elementos, vemos que hay un contexto apropiado para que el mercado de los vinos blancos de Rioja se consolide. Aunque la experiencia siempre recomienda ser prudente, y estamos en tiempos de cambio, hay también argumentos para el optimismo. Muchas bodegas tienen ya una gama estable de producción de vino blanco de nuevo estilo y, por su parte, el consejo regulador está apostando firmemente en este sentido, incluyendo objetivos concretos al respecto en su nuevo Plan Estratégico para los próximos 5 años.

En España no hay tantas regiones vitivinícolas de prestigio que apuesten claramente por sus blancos de calidad y las que lo han hecho, como Rias Baixas, las denominaciones de Txakolí o Penedés, están obteniendo buenos resultados. Rioja tiene los recursos y la capacidad para impulsar un nuevo modelo de Blancos de Calidad que aporten a los consumidores vinos con singularidad y conectados con el territorio y las variedades propias. Muchas bodegas ya están demostrando que puede hacerse y el consumidor está dispuesto a disfrutarlo y apreciarlo.

By Teresa Guilarte – DipWSET

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